El bebé

Extraños días del comienzo, de los que había oído hablar poco; tal vez porque se acompañan de una intimidad excluyente, el vínculo, la asfixia, la modorra, divididos por seis, más o menos, ni día ni noche, una o dos horas para dar de mamar, cambiar de pañales, que se vuelva a dormir, una o dos horas de sueño, y vuelta a empezar. Dejé de desesperarme cuando entendí que ese tiempo sería breve, que no duraría toda la vida. Dejé de desesperarme cuando apareció una guardería, lo cogían en octubre. El tiempo se reorganizaba alrededor de esa fecha, en la que yo regresaría al mundo exterior. Entonces me sumergí en ese baño de leche, chapoteé, floté, me emborraché en esa época del bebé, porque más adelante volvería a pensar, a escribir, a vivir con otros.

No tengo la sensación de que me necesite más que a su padre. Se consuela, o no, tanto en mis brazos como en los suyos. Mama tanto del biberón como de mis pechos. El espacio del padre existe, basta con ocuparlo, lo compruebo al verlos juntos. Que el bebé sólo necesite en los primeros meses de su madre me parece una teoría equívoca. El alivio del bebé cuando por la tarde regresa su padre, cuando ya está harto de mí.

Durante estos dos primeros meses sólo he estado en el mundo a medias, entendiendo sólo a medias lo que me decían, viendo sólo a medias a la gente, mal leyendo los libros. La mitad de mi cerebro estaba con él: ¿estaba desabrigado, respiraba bien, le había oído gemir? Por mucho que se advirtiera a mis interlocutores, no parecían tomarme en serio. Era una forma de locura. Vivía en contacto permanente con otro mundo, como una extraterrestre que escucha incesantemente, en su caja craneana, los ecos de su planeta originario. Estaba dotada de suprasensibilidad.

¿Sabré ser una “buena madre”? Se trata de una pregunta que jamás se me habría ocurrido si “madre” y “culpabilidad” no anduvieran siempre del brazo. Cuando estaba embarazada, intenté concentrarme en el tema: dejar de planteármelo me convertiría en una madre indigna. Pero me resulta difícil entender el sentido de esas palabras; como si “madre” me convirtiera en otra persona y me dotara de otro valor.

Fragmentos del libro «El bebé» de Marie Darrieussecq


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