Mientras por una parte el género mujer avanza en la defensa de sus derechos civiles, sociales y humanos, por otra parte acata – y a veces elige – someterse, justamente, en el momento de parir. Acepta que mediante una argumentación técnica, discutible por cierto, se la despoje de los derechos que tiene su cuerpo y de sus derechos como persona-mujer, que incluye el parir como parte de un proceso gestacional regulado por las características de su anatomía y de su fisiología, por su capacidad de decisión y por su resistencia al dolor.
Eva Giberti
Desconcierto, enojo, frustración, dolor, angustia… Son algunos de los sentimientos que suelen predominar en aquellas mujeres que han sido víctimas de violencia obstétrica, violencia que ejerce el personal de la salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, y que se expresa en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y una patologización de los procesos naturales [1]. Se trata de una forma de violencia de género sumamente naturalizada y también de una violación de los derechos humanos.
El nacimiento de un hijo es uno de los acontecimientos vitales más significativos y con mayor trascendencia. Sin embargo, puede verse realmente empañado si el trato que se brinda a las mujeres – y a sus familias – no es empático y respetuoso, cuando se abusa de las intervenciones que se realizan sobre sus cuerpos como parte de una rutina mecanicista que despersonaliza a quien ingresa en la institución en busca de asistencia, dejando a un lado sus emociones y subestimando sus necesidades psicoafectivas, convirtiéndose el profesional en el protagonista y el cuerpo de la mujer en el escenario en el cual actúa [2]. Mujeres transformadas en meras espectadoras sin voz ni voto, mujeres infantilizadas, mujeres que muchas veces son juzgadas, humilladas, ridiculizadas y violentadas en el marco de una relación asimétrica que se escuda en el saber académico y en el poder del discurso médico hegemónico.
Como afirma el Dr. Alberto Grieco [3], el personal que está preparado técnicamente para enfrentar una patología, no está en las mismas condiciones para llevar adelante lo que es un verdadero acompañamiento del embarazo, parto y nacimiento natural. Aunque suponen que lo están, la conciencia del tiempo es distinta y la concepción para asistir a una mujer sana no es la misma que para una enferma. El tiempo para aliviar y curar no es el mismo que el tiempo para acompañar y respetar el ritmo subjetivo para separarse del hijo contenido nueve meses en su útero. Tanto en la salud como en la enfermedad cada persona tiene su tiempo, pero en la salud debemos saber esperar, en la enfermedad no.
Tactos efectuados por numerosos profesionales, rotura artificial de bolsa, limitación de los movimientos, litotomía, administración de oxitocina sintética, pujos dirigidos, episiotomías, separación de la díada, son sólo algunas de las tantas intervenciones naturalizadas durante el trabajo de parto, el parto y el postparto inmediato. Como afirma la antropóloga Robbie Davis-Floyd, es irónico considerar que la ciencia, de la cual se supone que conforma el fundamento de la obstetricia, no respalda la mayoría de las prácticas obstétricas estándar [4]. Intervenir cuando no es estrictamente necesario, alterando el curso del proceso y el escenario neurohormonal, apurar procesos naturales sin respetar los tiempos biológicos y psicológicos de las mujeres, practicar cesáreas sin indicación médica, constituyen actos de Violencia Obstétrica que tienen efectos tanto en la salud de la mujer como en la del recién nacido.
Socialmente se espera que la mujer que ha dado a luz a un bebé sano esté feliz y agradecida, independientemente de cómo haya sido su experiencia, dándole importancia únicamente al “producto final”, más allá del proceso y más allá de las secuelas físicas y psíquicas del mismo… Como si fuera lo mismo un parto fisiológico y uno intervenido, como si fuese lo mismo un parto que se desencadena de forma natural que aquel que es inducido, como si fuera indistinto que corten o no nuestros perineos, que corten o no nuestros vientres y nuestros úteros.
Cicatrices físicas, heridas emocionales, dificultades en la lactancia materna, sensación de fracaso, perjuicios en la relación de pareja y en el vínculo con el bebé, deterioro de la calidad de vida de la mujer y de la calidad de su salud sexual y reproductiva, tocofobia, son algunas de las secuelas de la Violencia Obstétrica que quienes estamos en contacto con mujeres madres oímos a diario, dentro y fuera del consultorio. Esta violencia invisible aumenta la incidencia de manifestaciones psicopatológicas en el período postparto (depresión postparto, trastornos de ansiedad postparto, estrés postraumático postparto) que alteran la sensibilidad materna y la capacidad de maternar y que impactan en la interacción diádica.
Para ofrecer al bebé un nacimiento sin violencia, hay que fomentar en su madre un parto sin violencia.
Piensan que el recién nacido no tiene consciencia, se lo manipula, se lo trata como un objeto, no como un ser. (…) Si nuestro nacimiento hubiera cambiado, si hubiéramos sido recibidos como debía ser, no como objetos sino como seres, todo el desarrollo de nuestra vida hubiera cambiado. Palabras del obstetra francés Frederick Leboyer, quien en 1976 publicó el libro “Por un nacimiento sin violencia” donde se refiere al proceso del parto poniéndose en el lugar del bebé por nacer, bebé que es expulsado del oscuro lugar donde se gestó, en el que los sonidos estaban amortiguados, en el que la temperatura era cálida y estable, en donde estaba contenido de forma continua por el útero materno, a un mundo completamente distinto, repleto de estímulos, de luces que lo enceguecen, de ruidos y sonidos que lo ensordecen, donde hace frío. El contacto piel con piel con la madre es vital para acompañar el tránsito del mundo intrauterino al mundo extrauterino, para disminuir el estrés del bebé, para que en los brazos maternos pueda regular su temperatura, sincronizar su respiración, mamar a libre demanda y que su desarrollo neurológico – y de todo su organismo – no sea interrumpido. Como afirma el neonatólogo Nils Bergman, la madre es la clave para el desarrollo neurohormonal, la separación viola el programa innato de la díada y puede perturbar la arquitectura del cerebro.
Las investigaciones demuestran que el tipo de nacimiento afecta la salud del recién nacido de por vida, si bien los efectos a nivel psicológico aún están poco estudiados. No es lo mismo nacer cuando se está preparado que ser forzado a nacer antes de tiempo, no es lo mismo recibir el cocktail hormonal que se produce durante el trabajo de parto que no recibirlo, no es lo mismo nacer y permanecer en los brazos maternos que nacer y sentirse solo y desamparado lejos de ella, no es lo mismo pasar juntos y tranquilos las primeras horas de vida que ser separados e intervenidos…
(*) Natalia S. Liguori
Lic. en Psicología (MN 47.600 – MP 96.341)
natiliguori@yahoo.com
https://licenciadanatalialiguori.wordpress.com
[1] Ley Nacional 26485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales – Ley Nacional 25.929 de Derechos de Padres e Hijos en el proceso del nacimiento
[2] Robbie Davis-Floyd: “Perspectivas antropológicas del parto y el nacimiento humano”. 1º edición. Buenos Aires. Fundación Creavida. 2009.
[3] Alberto Grieco: “Parir y nacer en el año 2008”, texto publicado en la revista trimestral “Medicina y Sociedad”, Año 28, Nº 2. 2008.
[4] Ver recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en http://nacerjuntos.wix.com/maternidad#!material/c217a