Cuando pensamos en una institución la imaginamos instalada en un edificio: el Vaticano, la Sorbona, los Tribunales. Lo que no vemos hasta que no estudiamos más a fondo la institución son los medios con los que el poder se mantiene detrás de las paredes, los entendimientos invisibles que garantizan que todo quedará en determinadas manos y no en otras, la información que llegará a unos sí y a otros no, las conclusiones ocultas y las relaciones con otras instituciones que se suponen independientes… Cuando pensamos en la institución de la maternidad, no evocamos ninguna arquitectura simbólica, ninguna personificación de la autoridad, del poder o de la violencia real o posible. La maternidad se asocia con el hogar, y preferimos creer que el hogar es un sitio privado. Tal vez imaginamos hileras de patios o miles de cocinas en cada una de las cuales hay niños comiendo o saliendo hacia la escuela. O pensamos en la casa de nuestra infancia o en nuestro propio hogar. Nunca pensamos en las leyes que determinaron que fuésemos a parar a esos lugares, las sanciones que recaen en aquellas que quisieron vivir sus vidas de acuerdo a un plan diferente, el arte que nos describe con serenidad y resignación antinaturales, la institución médica que nos ha robado a tantas mujeres el acto de dar a luz y los expertos que nos dijeron cómo debíamos conducirnos y sentir como madres. No pensamos en los intelectuales marxistas que discuten acerca de si producimos plusvalía en un día de lavado de ropa, cocina y cuidado de niños, o en los psicoanalistas que están convencidos de que lo nuestro es la maternidad. No pensamos en el poder que nos fue robado y extirpado en nombre de esa institución de la maternidad, la negativa a considerar las tareas domésticas como parte de la producción; las mujeres encadenadas por el amor y la culpa; la ausencia de atenciones sociales a las madres, el salario desigual que obliga a las mujeres a depender de un hombre; el confinamiento solitario de la ‘maternidad de dedicación absoluta’; la suposición pediátrica de la ignorancia e incompetencia de la madre; la presión emocional a que están sometidas
Todas estas realidades son como las fibras de la trama que compone la institución, y determinan nuestras relaciones con los hijos, nos guste o no. La violencia invisible, la culpa, la responsabilidad impotente sobre las vidas humanas, los juicios y las condenas, el temor del propio poder, la culpa, la culpa, la culpa. ¿Qué mujer, en el confinamiento solitario de una vida de hogar con niños, en la lucha por ser madre para ellos, en el conflicto de oponer su propia personalidad al dogma según el cual se es madre por encima de todo ahora, después, siempre…., qué mujer no ha soñado con dejarse ir, abandonando lo que se tiene por cordura para que, por una vez, la cuiden o pueda cuidarse?
Fragmentos del libro «Nacemos de mujer» de Adrienne Rich