¿Acaso cree que, porque soy su madre, tengo la clave, o que usted podría usarme como clave de algún modo? Mi hija ha vivido diecinueve años. Gran parte de esa vida fuera de mí, por encima de mí.
El anciano que vivía en la casa de atrás me dijo una vez, con aquella amabilidad tan suya: «debería sonreír más a Emily cuando la mira». ¿Qué tenía en la cara cuando la miraba? La amaba. Fueron todos actos de amor. Sólo con los otros hijos recordé lo que me había dicho ese hombre, y a ellos les ofrecí un rostro lleno de alegría, no de preocupación, tensión o inquietud -demasiado tarde para Emily-.
Déjala. Aunque todo lo que hay en ella no vaya a florecer, ¿en cuántos llega a hacerlo? Ya le da para vivir. Sólo queda ayudarla a comprender, darle una razón por la que entienda que es algo más que un vestido sobre una tabla, desamparado, antes de que lo planchen.
Fragmentos del cuento «Aquí estoy, planchando» de Tillie Olsen en el libro «Dime una adivinanza».