
Al poco tiempo de morir mi padre, un amigo me escribió un correo diciéndome que había soñado que íbamos juntos paseando debajo del mar, charlando como si nada, como si tuviéramos branquias. Es la mejor descripción que puedo dar del duelo. La vida sigue y tú estás bajo el mar, el aire tiene otra densidad y, aunque puedes caminar y trabajar, escuchas y ves de otra manera, estás calada hasta los huesos y la ropa te pesa, por mucho que hayas sido capaz de desarrollar branquias. Según pasan los meses, vas ascendiendo a la superficie, ya puedes tocar a la gente sin mojarla y tus dedos dejan de estar arrugados como garbanzos. Un día te ríes sin querer de nuevo con todas tus fuerzas y te das cuenta de que has recuperado tus pulmones. Y respiras hondo. Al fondo siempre quedará una reminiscencia de los alveolos de tu época de vida de pez, pero ya estás en la orilla, secándote.
Fragmento del libro “Quién quiere ser madre” de Silvia Nanclares.