Por fin, después de cuatro meses, me pongo a hablar de lo que me ocurre con mi hijo.
– Mamá tiene la teta malita, cariño.
– ¿Tienes una pupa? ¿Te pongo una tirita? – me dice.
– Más o menos, es una pupa que está por dentro. Por eso me van a quitar la tetita y me van a poner otra que esté buena.El niño asiente con total naturalidad, así que continuo:
– Le tenemos que decir al médico que tenga mucho cuidado, no vaya a ser que se despiste y, en lugar de una teta, me ponga en el hueco una mano, una oreja o un culo.
Leo se troncha. El ambiente es relajado y yo estoy de buen humor. Le explico que me quedara una gran cicatriz pero que no se tiene que asustar porque no será como la de Frankenstein. También le cuento que me están dando una medicina que me cura, pero que hace que a veces esté cansada, con ganas de vomitar, y que se me caiga el pego, y oír eso llevo peluca. Me la quito y dejo que me toque unos segundos la calva. Dice que parezco el abuelo. Me la vuelvo a poner y nos reímos un montón.
Fragmento del libro «Me falta una teta» de Raquel Haro.