Paciente realizando una ecografía transvaginal, médico observando la pantalla sin emitir palabra todavía. Se abre la puerta y entra un reconocido profesional de la medicina reproductiva, un especialista muy acostumbrado al estudio. Paciente con las piernas abiertas, transductor en su vagina. Se inicia esta conversación:
Médico reconocido (MR): Mirá, me voy a comprar este auto, fíjate la cotización que me pasaron.
Médico ecografista (ME): Ah…
MR: ¿No te parece increíble? ¡Qué descarados! Es una falta de respeto, parece que me toman el pelo.
ME: Y, la verdad es que es un poco caro, ¿no? (Sigue mirando la pantalla).
MR: Además, es urgente, lo necesito para irme el finde. ¡Qué bronca! ¿Vos cuánto pagaste?
ME (claramente no quiere decir la cifra): Y, menos, pero fue hace un tiempo y en otra concesionaria.
MR: ¿No me podés pasar el contacto?
ME (lo mira): Puede ser, pero no te aseguro nada, tendría que llamarlo antes.
MR: Dale, a ver si me conseguís descuento.
El médico reconocido se retira y cierra la puerta. La paciente (P), consternada, siente como si no hubiera nadie en la camilla, como si ella no existiera. Junta coraje y dice:
P: No debería haber entrado.
ME: ¿Quién?
P: El otro médico, ¿no se dio cuenta de que me estabas haciendo una ecografía?
ME: ¡Pero es médico! Está más que acostumbrado, ¿sabés cuántos años de experiencia tiene?, ¿tenés idea de quien es?
P: No me importa ni me interesa. Me sentí incómoda, él no es mi médico y, además, vino a hablar de cualquier cosa.
ME: Pero yo te hice la ecografía, fíjate, tenés ocho folículos de 10 mm, otros de 12 y 13…
P: No me estás entendiendo. No debería haber entrado.
ME: Ah… Se nota que estás hormonada…
Fragmento del libro “Historias de infertilidad, historias de familias” de la Asociación Civil Concebir.