No puedo evitarlo, todos los meses estoy pendiente, atenta, inquieta. Voy tratando de detectar cada señal confusa que llega de mi cuerpo. Me siento enojada, irritable. Me doy cuenta. No puedo conmigo misma, mucho menos con los demás.
No quiero decirlo, no quiero hablar del tema, pero tampoco puedo evitarlo. Aparece. Acá está. Hoy me vino.
Estuve “jugando a las escondidas” unos días, tuve un atraso o ¿este mes me vino dos veces? Ya no quiero anotar las fechas. Mi cuerpo enloqueció y yo lo acompañé. No entiende razones, no es capaz de darse cuenta de cuánto estoy deseando un hijo.
¿Me falla algo? De una manera perversa, mi cuerpo no parece enfermo, no da señales de que algo funcione mal o simplemente no esté funcionando. No tiene fiebre, no pasa algo que le permita a la gente de a mi alrededor imaginar o entender lo que está ocurriendo.
Ya lo sé, hay cosas peores. La gente sufre. La gente se muere… ¿y a mí qué? Yo no me embarazo. Punto. Eso. Esto es lo que me pasa. Y duele, duele tanto… Duelen los pechos y el alma. Duelen los ovarios y la mente. Duele el corazón… Tanto, que me estalla. Sí, tengo el corazón partido y el alma desgarrada. Me siento vacía…
El primer mes era casi comprensible, esperable, ¿obvio? Pero esto sigue y sigue. No se cansa. Aparece esta sangre que mi útero llora. Me refugio en el baño, me escondo de mí misma para no tener que aceptarlo nuevamente. Hoy me vino.
Ya no importa si buscaba “naturalmente”, o si hice tratamiento, si fue de alta o de baja… si terminé todos los estudios que me mandó el médico. Nuevamente la señal de que es hijo no viene. Otro mes a esperar. Otra ilusión que se pierde. Otra vez fracasé.
¿Por qué pienso eso? ¿Por qué me siento culpable? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? No quiero razones ni explicaciones. No quiero consuelo ni abrazos. No quiero que traten de mostrarme el lado positivo de las cosas, que puedo viajar, que puedo correr, que puedo hacer muchas cosas. Nada de eso me interesa, sólo quiero tener un hijo.
Hoy me vino. Y no voy a ser mamá. Hoy, por lo menos hoy, otra vez necesito darme permiso para estar triste, hoy quiero decir que bajé los brazos, que nada sirve, que todo sale mal. Hoy quiero escuchar a los Stones cantando “Paint it black”. Quiero gritar que estoy cansada. Quiero enojarme con el mundo injusto, con la Injusticia Divina, con los médicos, con el ecografista, con el laboratorio, con el dueño de la farmacia y con todas las mujeres que tienen hijos o están embarazadas. Hoy no quiero comportarme como una persona normal. Hoy me vino.
¿Alguna vez te pasó esto? Entonces me estás entendiendo. Sabés que mañana será distinto. Que vas a seguir, que querés a tus amigas, a tu pareja, familia, vecinos, hasta a la gente del centro de salud y a tu médico. Que no sos una desquiciada.
Mañana todo volverá a su sitio, o quizás asado. En algún momento vas a guardar ese dolor bien adentro. Vas a ir a trabajar, vas a salir a la calle. Vas a reírte como siempre. Vas a ir al cine y a hacer las compras. Mañana pueden volver los colores, los aromas, la vida…
Pero, sabés, hoy no… Hoy me vino.
(*) Por la Lic. Estela Chardon. Primer capítulo del libro «Saliendo del laberinto» de la Asociación Civil Concebir.