
Las representaciones de la maternidad están atravesadas por muchísimos significados vinculados no sólo con el ser mujer, sino también con la reproducción y la crianza; por creencias que varían según la época y el contexto sociocultural. En la actualidad, en nuestro imaginario social, aún está instalada la ecuación mujer=madre, anclada en una posibilidad biológica que excluye los aspectos psicoemocionales, las elecciones personales, y fundamentalmente, el lugar del deseo subjetivo.
«Debemos ser madres”… pero no sólo eso. NO SÓLO SE NOS DICE QUÉ SE ESPERA DE NOSOTRAS (que lo deseemos, que lo disfrutemos, que nos sintamos plenas y realizadas), SINO CÓMO (sin quejarnos, sin tampoco equivocarnos, estando siempre disponibles para los demás y nunca para nosotras) Y CUÁNDO (sin ser “demasiado jóvenes”, ni “demasiado viejas”, habiendo estudiado, teniendo una buena situación económica, contando con una pareja).
Aunque no seamos plenamente conscientes de ello, son mensajes que recibimos momento a momento, a través de los medios de comunicación masiva, de instituciones y grupos sociales, a veces incluso de nuestras familias y amistades. Les demos lugar o no, son mensajes con los que nos topamos, que a veces entran por un oído y salen por el otro, pero otras veces nos dejan con una sensación rara, incómoda.
Igualar la maternidad a la procreación, enfatizando “la naturaleza” por sobre los cuidados que podemos brindar, es un grave error. Si bien contamos con la posibilidad biológica de concebir, gestar, parir y amamantar, sabemos que ser madre implica mucho más que todo eso.
EL MATERNAJE NO ES UN HECHO NATURAL, SINO UN PROCESO DE CONSTRUCCIÓN INDIVIDUAL Y SUBJETIVO, SOCIAL Y CULTURAL, COMPLEJO Y MULTIDETERMINADO.
Más que de “instintos”, hablaremos del desarrollo de la intuición y de las funciones parentales, de la sensibilidad y la empatía que podremos ir desplegando y que será lo que nos orientará en el cuidado y la crianza de nuestros hijos. Capacidades que van fortaleciéndose en las interacciones cotidianas, en el ejercicio de la parentalidad, pero que muchas veces se observan principalmente en las madres ya que, aún hoy, somos quienes solemos pasar más tiempo con los niños y a quienes ellos más demandan por el mismo motivo. Esto hace que se sostenga un círculo vicioso que muchas veces resulta asfixiante, exaltando «el amor, la paciencia y la ternura infinita» de las madres, reduciéndolo por completo a un factor biológico, se excluye y minimiza el lugar de los varones en la crianza, “porque mamá es mamá”, “porque sólo ella sabe» (lo que su hijo necesita, dónde están las cosas, cómo resolver determinada situación conflictiva, etc.). Es preciso no olvidar que los padres también pueden desarrollar dichas competencias, cuando están, cuando se implican y comparten las tareas de cuidados, cuando acompañan con presencia y compromiso el desarrollo de sus hijos, creciendo juntos como familia.
(*) Natalia S. Liguori
Lic. en Psicología (MN 47.600 – MP 96.341)
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