Si nada se valora más en una mujer que ser una buena madre, pocas cosas están tan denostadas como serlo mala. Las culturas reservan lo mejor para quienes encarnan a la madre patriarcal y lo peor para aquellas percibidas como incontrolables. Pero a lo largo de la historia occidental las mujeres no han sido necesariamente las madres abnegadas que conocemos sino que han luchado contra un ideal maternal de perfección que se les trataba de imponer; que a menudo internalizaban y a partir del cual se juzgan, casi siempre con culpa.
Los valores del amor romántico, claves en la configuración de la subjetividad femenina, se han trasladado a la maternidad romantizada para seguir cumpliendo la misma función: de la pareja hombre-mujer, hemos pasado a la pareja madre-bebé. Lo importante es preservar la centralidad del Amor en la vida de las mujeres. Frente a la contingencia del amor romántico, el amor maternal ofrece la enorme ventaja de que es «científico y natural». Las madres se enamoran de sus bebés debido a las hormonas. Quién nos iba a decir que después de tantos años luchando contra la naturalización del sexismo este regresara casi indiscutido y protegido por esa justificación universal que es la apelación a la naturaleza.
Es importante señalar que el amor que se ofrece a un hijo tiene una base ética que el amor romántico no tiene. El bebé necesita, efectivamente, que le amen y le cuiden; es su derecho y es, al mismo tiempo, obligación de los adultos. Si bien la maternidad puede significar en algunos casos necesidad de sacrificarse, este sacrificio se ha convertido no en algo que puede ocurrir desgraciadamente, sino en un valor en sí mismo. El accionar de esa ética del sacrificio significa que buscar la propia satisfacción (sin descuidar la del bebé) se convierte en algo criticable. Por eso, este amor maternal se presenta necesariamente como el amor puro sin ambivalencia alguna. El amor-renuncia (siempre con felicidad) ayuda a construir su opuesto, la mala madre, que huye del sacrificio, que se preocupa por sí misma y que, por tanto, es egoísta (lo peor que puede ser una madre).
Fragmentos del ensayo “Madres en la trampa del amor romántico” de Beatriz Gimeno, publicado en Revista Anfibia.