
Siento que no tengo tiempo para abstracciones. Ser madre es mucho trabajo incluso antes de nacer el niño. Día a día me enfrento con una Junta de juicios y opiniones alrededor de cómo debería ser el parto, qué cochecito deberíamos comprar, los beneficios de contratar una doula, dónde comprar un camisón para amamantar que sea a la vez funcional y estético, cuáles son las reglas de oro para una lactancia exitosa, cuántos kegels por día tengo que hacer para no hacerme pis encima cuando estornudo o me río, cuáles son los riesgos de que un bebé sufra muerte súbita o se asfixie.
Rechazo ofertas que bombardean mi casilla de mail personal y el feed de mis redes sociales. Hay mujeres que proponen enseñarte la conexión verdadera con tu embarazo para “vivirlo con plenitud”; otras que se hacen llamar “coaches de sueño” y enseñan a dormir al bebé; otras que venden collares de piedras ambarinas que previenen dolor, plagas, crisis. El embarazo es, de pronto, como un gran mercado turco, una feria ambulante, un cruce superpuesto de voces y gritos y propuestas sujetas a la voluntad y predisposición, pero sobre todo a las posibilidades y privilegios de la economía familiar.
Abandono uno tras otro los libros sobre embarazo, parto, lactancia y crianza. La información se cruza y se mezcla y puede ser tan precisa y categórica que confunde. ¿Cuán caro se paga un error en este estadío del embarazo? ¿Cuánto puede influir en la crianza de mi hijo? ¿En su salud mental? ¿En su seguridad y su forma de ver el mundo?
Fragmentos de “A esta hora de la noche” de Cecilia Fanti