
“No considero que la madre tenga mayor credibilidad moral o tenga más capacidad moral que cualquier otra mujer”, escribe Adrienne Rich. “Yo me deprimí”, escribe Mary-Kay Wilmers al hablar del nacimiento de su primer hijo, “porque, en vez de experimentar esa BONDAD MATERNAL que salía de mí, la situación me desveló zonas pésimas de mi carácter” (cuesta no inferir que lo que le provocó la depresión no fuera otra cosa que la expectativa de tanta bondad). ¿Por qué tienen que ser las madres más buenas que el resto de la gente? Se habla del amor asfixiante de una madre; pero es que, sometida a una exigencia tal, quien está en peligro de ahogarse en su propio amor quizás no sea el bebé, sino la madre.
Que deban ser únicamente encarnación del amor y la bondad, es lo que se le hace intolerable a las madres y las destroza tanto mental como físicamente. La idea de la virtud maternal es un mito que a nadie contenta. A ninguna mujer que sea madre alguna vez se le pasará por la cabeza pensar que SIEMPRE es buena: No, las madres no tienen el monopolio del amor en el mundo, tampoco cabe esperar eso de ellas.
Siempre que se esgrime algún aspecto de la maternidad como emblema de la salud, el amor y la entrega, una puede estar segura de que hay detrás una gama amplia y compleja de emociones que queda silenciada o suprimida, y que borra de golpe todo aquello que un ser humano siente por dentro.
Fragmentos del libro “Madres, un ensayo sobre la crueldad y el amor” de Jacqueline Rose