
Cuando alguien me preguntaba, yo me definía siempre como una madre inepta. Desde esa salida a la reunión de madres con el bebé en brazos, de la que volví a casa con el bebé cagado hasta las axilas y sin pañales, supe que esto de fluir en los aspectos prácticos de la maternidad no iba a ser lo mío y me etiqueté de inútil, de carishina, palabra que en mi país se usa para hablar de las mujeres que no sabemos hacer bien las cosas de la casa, ni de la familia, “la mujer a la que se le quema el agua”.
Sin embargo, con el tiempo he logrado ciertos estándares. Como el otro día que mi hijo, por ir a recogerlo temprano de la escuela en lugar de dejarlo venir a casa en el bus escolar con el que tarda dos horas en llegar, me dijo mientras se abalanzaba en mis brazos: “TÚ NO ERES UNA BUENA MADRE, ERES LO MÁXIMO, ERES LA LUKE SKYWALKER DE LAS MAMÁS”. Suficiente para mí que use una referencia a Star Wars para creerme que soy lo máximo, no me dijo la Darth Vader de las mamás, así que creo que estoy del lado de la fuerza. Conozco estas referencias a la cultura pop más explotada de nuestro tiempo porque tengo estos hijos y estoy involucrada, o más bien contaminada, con todo lo que hacen, desean, adoran. Cómo quisiera no tener idea de quién es el tal Luke, pero Luke es parte del desayuno, el almuerzo y la cena en mi casa.
Hoy, a siete años de estar inmersa en este asunto de la maternidad, soy consciente de que me he asumido y aunque no soy del todo inmune al medio y sus mandatos, diría que me siento conforme con lo que voy logrando. Pero no siempre ha sido así. Creo que vivimos en la era en la que ser padres se volvió el mejor nicho de mercado para el marketing. No es arriesgado decir que somos una generación de padres consumidos por el miedo, la culpa y las dudas.
Fragmento del libro «La madre que puedo ser» de Paulina Simón Torres