
Si antes ya había tensiones en la pareja, vivir con Inés no hizo sino aumentarlas. Les resultaba imposible ponerse de acuerdo sobre los cuidados de la niña. Cada detalle, la cantidad de sueño, la forma de bañarla, la temperatura de sus biberones, era un motivo de discusión y la prueba de que el otro era un inepto como padre. La verdad es que ambos lo eran, pero siempre resulta más fácil culpar a los demás por lo que no toleramos acerca de nosotros mismos, lo que no nos perdonamos. ¿Dónde estaba el amor que un día los había llevado a vivir juntos? Seguramente ahí, solo que sepultado bajo una montaña de responsabilidades. Y el deseo, ¿iba a volver algún día o había desaparecido para siempre? ¿El recuerdo de la felicidad y la tragedia compartida bastarían para mantenerlos unidos? Alina se lo preguntaba con frecuencia. El departamento se había transformado ahora en una guarida segura, pero también en una jaula.
Fragmento del libro «La hija única» de Guadalupe Nettel