
El lenguaje tiene vocación universalista: pide que usemos la palabra “maternidad” para hablar de tu maternidad y de la mía, aunque sean dos cosas completamente diferentes; pide reglas y generalidades cuando no hay nada menos general y menos reglado que nuestras formas del desear. Pensar el deseo, en cambio, exige todo lo contrario: una moral de mínima y no de máxima, de particulares y no de universales.
Es un desafío auténticamente filosófico desprenderse del hambre de universalidad y acercarse a la experiencia del otro y de la otra sin querer identificarla con la propia. En esa dificultad se fundan a veces los intentos fallidos pero bien intencionados de muchas mujeres de entender a otras. En ese aprender a mirar y amar la diversidad sin reducirla a la mismidad que nunca termina está la clave de todo.
Fragmento del libro «El fin del amor» de Tamara Tenenbaum