Helmer.- Me has amado como una mujer debe amar a su marido. Fueron sólo las circunstancias, lo que no te era posible juzgar. ¿Pero crees que te voy a querer menos porque no sepas como arreglártelas sola? No, no; apóyate en mí; yo te aconsejaré, te guiaré. No sería quizá un hombre, si justo ese desamparo femenino no te hiciera doblemente atractiva a mis ojos.
Nora.- En casa, papá me comunicaba todas sus opiniones, con lo que yo tenía las mismas; y en caso de tener otras, las ocultaba; porque no hubieran sido de su agrado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo, lo mismo que yo me divertía con mis muñecas. Después vine a esta casa contigo… Pasé de manos de papá a las tuyas. Tú me modelaste a tu gusto, y yo participaba de él… o lo fingía… no lo sé exactamente; creo que más bien lo uno y lo otro. Nuestro hogar no ha sido más que un cuarto de jugar. Aquí he sido tu mujer muñeca, como en casa era la muñeca de papá. Y los niños, a su vez, han sido mis muñecos. Encontraba divertido que jugases conmigo, igual que les parece divertido que juegue con ellos. Esto es lo que ha sido nuestro matrimonio. Mañana me iré.
Helmer.- Es indignante. ¿Cómo puedes faltar a tus obligaciones más sagradas?
Nora.- ¿A qué llamas mis obligaciones más sagradas?
Helmer.- ¿Es que tengo que decírtelo? ¿Es que no estás obligada a tu marido y a tus hijos?
Nora.- Tengo otras obligaciones igualmente sagradas.
Helmer.- No tienes ninguna. ¿Qué deberes son esos?
Nora.- Obligaciones conmigo misma.
Helmer.- Ante todo eres esposa y madre.
Nora.- Ya no lo creo así. Creo que ante todo soy un ser humano, yo, igual que tú… o, en todo caso, que debo luchar por serlo.
Helmer.- Estás enferma, Nora; yo diría que no estás en tu juicio.
Nora.- Nunca me he sentido tan despejada y segura como esta noche.
Fragmentos de “Casa de muñecas” (1879) de Henrik Ibsen.