Retrato de una mala madre

Todo transcurría como lo había imaginado, hasta que el que parecía mi mejor plan se arruinó durante uno de los últimos controles, cuando la obstetra me dio la noticia de la cesárea. La beba tenía vuelta de cordón y había que operar lo antes posible. Esa fue mi primera frustración respecto de la maternidad.

Sentí que debutaba con un fracaso. Me había preparado física y psicológicamente para un parto natural. Hice yoga, pilates y eutonía durante los nueve meses. Tuve asistencia perfecta en el curso de preparto. Había internalizado la teoría, el contenido y hasta muchas imágenes de lo que se me venía. No me podían cambiar el guion a último momento, no estaba preparada para aquello. Y cuando la obstetra cortó mi vientre, sacó a Allegra y me la dio, sentí que algo andaba mal.

No supe qué hacer, cómo agarrarla, no podía prenderla a la teta. Transpiraba. Hasta ahí, todas sensaciones comunes a las primerizas. Pero lo mío iba más allá. No soportaba la mirada inquisidora de los familiares y amigos que nos habían ido a visitar al sanatorio para conocer a la beba. Todos opinaban y me observaban. Me resultaban descarados, brutos y desubicados. Y Allegra lloraba. Fuerte. Muy fuerte. Quería que se la llevasen. No podía mirarla, y comenzó a darme miedo aquel pequeño ser demandante que dependía sólo de mí.

Me esmeraba, quería tenerla en brazos, pero me exasperaba el llanto y no podía calmarla. Me sentía poseída por ella, dominada por su incipiente ser, que me reclamaba a libre demanda. Juan estaba mal, triste y preocupado. Y no era para menos, yo estaba rechazando a nuestra hija.

Su nacimiento se me antojó como el ingreso a un big brother virtual. Desde entonces me sentí observada para siempre. Y juzgada. Ya no más valorada como profesional, incluso como mujer. Sólo como madre. Esta condición había devorado a las demás. Y lo asombroso era que yo también me encontraba reduciendo a toda mujer que tuviese hijos a su modo de ser mamá. Enseguida me comparaba y la mayoría de las veces no me parecía a ninguna. Eso me generaba bronca, resentimiento y miedo. Miedo de mi misma. Hasta que conocí a Valeria…

💬 Fragmentos del libro “Retrato de una mala madre” de Agustina Fernández


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