Pensé que nunca debería haber tenido un hijo. Si al menos alguien me hubiera dicho en qué consistía, me lo habría ahorrado y ahora estaría a salvo. ¿De dónde había salido ese ser sin igual de una fuerza titánica, que bramaba incomprensiblemente y sorbía de mi pecho hasta consumirme? ¿Quién era él en realidad y con qué autoridad se había ganado el derecho a dominar mi vida? Yo nunca podría ser una buena madre. ¿Acaso no era yo misma, con mi ansiedad traicionera, la que había creado un niño propenso a los cólicos? “Los expertos tenían razón”, pensé. Todos los bebés nacen siendo criaturas plácidas y felices. Normalmente es la madre la que lo hace mal, trata de reprimir su injusto resentimiento y coge al bebé o con excesiva tensión o demasiada laxitud; o bien lo coge constantemente o no lo coge casi nunca; o bien lo deja llorar o lo arranca de la cuna antes de que empiece a llorar; o bien lo sobrealimenta o lo deja con hambre; o bien lo asfixia de tanto amor o lo abandona con frecuencia. En definitiva, la mala madre es la única culpable.
💬 Fragmento de «El nudo materno» de Jane Lazarre