Una de las cosas que más sorprende en el relato sobre la maternidad es que LA IDEALIZACIÓN NO CEDE UN ÁPICE DE TERRENO pese a que la realidad hoy día hace que cada vez les sea más difícil a las madres estar a la altura del ideal. Al contrario, gana constantemente más adeptos. Esto no es lo mismo que decir que siempre es culpa de las madres, aunque hay una relación entre ambas afirmaciones. Crecen la austeridad y la desigualdad en el mundo; y, con ello, cada vez más niños caen en la pobreza, y cada vez más familias resisten como pueden para proteger a sus hijos de un declive social inexorable. Lo más seguro, por tanto, es que aumenten los conflictos sociales. Y en un contexto así, como en tantos momentos de crisis, se desvía la atención haciendo que el blanco seguro sean las madres; en gran medida, porque se evita de este modo una crítica social más profunda.
Las madres siempre fracasan. Y es parte central de mi tesis dejar en claro que se trata de un fracaso normal, que no debe verse como una catástrofe, porque FRACASAR ES PARTE DE LA TAREA DE SER MADRE. Pero debido a que las madres son vistas como la puerta de entrada al mundo, nada es más fácil que hacer que el deterioro social parezca algo que las madres tienen el deber sagrado de evitar, una versión socialmente actualizada de la tendencia, en las familias contemporáneas, a desacreditar por todo a las madres. Esto las convierte en claras culpables, tanto de los males del mundo como de la rabia que provoca siempre la decepción inevitable de una nueva vida.
Fragmento de «Madres, un ensayo sobre la crueldad y el amor» de Jacqueline Rose.